Una vez fui a una boda al pueblo donde la marisma baña sus contornos antes de ver el mar.

En la boda había tomates, guindillas, nueces, coliflores, ajos, cilantro, pimientos y lechuga. 

"Qué extraña mezcla" pensé yo, pero lo que no sabía es que era de un cocinero y su reciente esposa.

¡Vivan los novios!


Caminando por Castilla me encontré con cuatro pequeñas niñas. Tres de ellas de blanco, una de rosa con un jarrón en los brazos. 

-¿Dónde vais pequeñas?- Pregunté.

- A una boda- Respondieron.

-¿Y qué lleváis en el jarrón?

-Nuestra mejor ilusión. 

Las dejé atrás y seguí caminando pensativo. ¿Será posible que la ilusión de esas cuatro niñas quepa al completo en el jarrón? 

No es posible, me dije, pues su ilusión era grande según mostraban sus ojos. Entonces ¿Qué era lo que llevaban en el jarrón? Sólo la imagen de su recuerdo.

 

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Un logotipo de base acuosa y tinta negra.

Un retiro en uno de los pueblos con más encanto de la margen izquierda.

Un punto de descanso en el Camino de Santiago, cómo no.

Una playa y un monte, un acantilado y una marisma. 

¿Te apuntas? 



Granito de 125 kg. 

El harrijasotzaile se preparó en cuerpo y alma para competir. Tomó aire, miró la bola. Olvidó lo demás. Incluso olvidó a su adversario. Ya no había nada más en el mundo salvo la piedra y él. 
En lo más profundo de su ser esperaba que ella también pensara lo mismo y se comportase como debía mientras le decía mentalmente: Hoy te levantaré 1000 veces